"Llueve. De la boca de una botella de whisky caen las
gotas de lo que fue mi compañera esta noche. Mi última compañera, en la soledad
de mi cuarto. En los murmullos de un bar de ciudad, tuve varias compañeras que
ahora yacen vacías en algún callejón. Más de una con el alma rota. Más de una
con la marca de mis labios. Llueve. Caen gotas sobre la carta a la cual le
estoy dedicando estas palabras. Quien la reciba, además de la marca de mis
lágrimas, recibirá, quizás, una confesión nacida desde lo más profundo de mi
ser. Quizás, nacida desde el costado más amargo de mi vergüenza, desde el
rincón más olvidado de mi dignidad, o, quizás, desde el punto más alto de mi
indignación. No es el hecho en sí lo que me lleva a derramar estás palabras, a
derretir estas velas. Si no que, es la culpable de este acontecimiento, quien
se lleva todo el crédito de ser el verdugo de este castigo. De este adiós sin
remitente, sin destino, sin esperanzas de un nuevo día. A quien reciba esta
carta, le ruego encarecidamente que sepa disculpar la oscuridad de mi alma, que
sepa perdonar mis pecados y, sobre todo, que sepa apreciar la única chispa de
bondad que describiré a continuación…
Atardece. Apago las luces y bajo la persiana de mi
prisión laboral. En esta semana las cosas no anduvieron muy bien. Pocos
clientes, pocos ingresos. Poca voluntad de parte mía de mejorar las cosas,
básicamente. El teléfono no para de sonar, ese sonido molesto me acompañó todo
el día. Esa melodía detestable me recuerda que hice algunas cosas mal en las
noches anteriores. En realidad, que le hice cosas malas a alguien. Diez años es
la distancia entre ella y yo. Ella todavía viste uniforme escolar. Es preciosa.
Pura…tan pura. Tan inocente. Es la esperanza la gran generadora de la
inocencia. Y yo, soy un gran vendedor de esperanza. De inocencia disfracé mis
promesas de un cambio, de eternidad. De “para siempre” disfracé mi “por una
noche”, de “juntos” disfracé mi “yo” y de “amor” disfracé mi “sexo”. De
promesas incumplidas se hace eco la melodía de mi teléfono. De violencia y
abuso se repite constantemente la misma llamada. No fui el mejor, ni el más
sincero, ni el más cuidadoso. Le robé un momento único y lo transformé en un
momento etéreo desprovisto de la magia del “para siempre”. Esa magia, para
ella, ahora es una maldición. Ese “para siempre” ahora es una eternidad. No
puedo sentirme un ladrón por robar un momento, quizás, porque no sé lo que es
estar del otro lado. Quizás porque aun queda algo que alguien pueda robarme. O
al menos ese pensé, hasta hoy. Bajo la persiana. Bajo el telón del personaje
que día a día llevo a cabo. Vuelvo a ser la persona. Y esta persona, solamente
vive su vida dentro de cuatro paredes húmedas, delante de una barra sucia y
sobre la misma silla de cuero roto de siempre. Doy comienzo al ritual húmedo de
cada día. Pocas palabras con quien se encuentra del otro lado. Pocas miradas
con quienes se encuentran mí alrededor. Mantengo la mirada baja. Quizás espero
ver mi alma espiándome desde el suelo. Quizás pueda llegar a ver los restos de
mi corazón entre vidrios de algún vaso sin dueño. Quizás miro hacia abajo para
tener cuidado de no pisar ningún otro sueño de juventud. El ritual termina. Es
efectivo. Siento cierta alegría en mi cuerpo, cierta sensación de anestesia me
permite disfrutar un poco más del hecho de no sentir nada. Los sentimientos me
abandonaron hace mucho tiempo ya. Me dejaron huérfano de culpa, de pasión…En
modo automático intento regresara a mi hogar. En realidad, a mi habitación,
donde me espera una última botella antes de ahogarme en algún sueño realista de
frustración y desazón. Es extraña la forma de la luna esta noche. Es
extremadamente redonda, blanca y brillante. Es hermosa. Camino sin perderla de
vista. Camino perdido. Escucho un ruido extraño. Bajo la mirada y tengo los
pies dentro de un charco. La luna se refleja detrás de mí. Pero también, hay
otro reflejo. Dos círculos verdes, reflectantes, luminosos. El verde más puro
que vi en mi vida. El verde más hermoso rodeado por la silueta de una mujer.
Levanto nuevamente la mirada y ahí estaba ella. Frente a mí. Esos ojos verdes
mirándome fijamente. Esos labios carmesí sonriendo levemente. Esos rasgos
únicos, perfectos, aumentaban la sensación de anestesia en mí. Quiero moverme,
hablar…quiero dejar de mirarla. Pero es imposible. Cuando creo tener algo de
control sobre mi cuerpo, ella se abalanza sobre mí. Sus labios sobre los míos.
Sus pechos haciéndose eco del latido nervioso de mi corazón. Sus manos finas,
suaves, de uñas largas recorren las mías. Su vestido largo, blanco, celestial,
se mueve al ritmo de la brisa. Su pelo, ondulado, tan negro que es difícil
diferenciarlo de la oscuridad del callejón, se estira y encoje como el más
suave colchón de plumas. Y lo siento. Crece dentro de mí. Esa chispa, ese calor, ese candor. Esa
pasión. Se agita la sangre, se erizan los pelos. En un instante, yacemos los
dos desnudos sobre el charco, sobre el reflejo de la luna. El éxtasis del
momento es insoportable. El placer es extremo. Las figuras que adopta su cuerpo
son dignas de ser tomadas como referentes de la perfección. Los golpes de su
vientre son la prueba exacta de lo sublime de un ritmo exótico. Un ritmo
gitano. La abrazo. Quiero cubrirla con todo mi cuerpo. Ella me devuelve la
mirada. Me agradece con caricias. Me enamora. Me enamoro. Es imposible no
amarla. Es imposible no quererla a mi lado para siempre. Es imposible no desear
vivir una vida juntos. Es imposible no sentir amor. Y ella se desvanece. Solo
un brillo que asciende hacia la luna es el último rastro de su existencia. Llueve…
Todavía no estoy seguro de si fue un sueño, una
alucinación o si fue real. Todavía no estoy seguro de haberla tenido realmente.
De haber vivido un momento real. Todavía no estoy seguro de haber desnudado mi
alma y mi cuerpo a la mujer perfecta. Todavía no estoy seguro de quien va a
leer esta carta. Pero estoy seguro de una sola cosa. Ella me robó. Me robó el
último rastro de amor que quedaba en mí. Ahora me espera una eternidad hasta
que finalmente pueda descansar para siempre. Puedo tomar la decisión y hacer
que la eternidad dure lo que resta de este escrito. Pero necesito que alguien
sepa que alguna vez amé, que volví a sentir pasión, que volví a tener sueños y
que volví a creer, por un instante, en una vida junto a alguien. Pero ya no
más. Ya no puedo sentir nada de eso. Gitana. Perfecta. Hermosa. La más bella
ladrona que pude tener. Suena el teléfono. La melodía de mis errores me llama
nuevamente. Siento culpa. Voy a atender solamente para entender lo que ella
está sintiendo. Para ofrecerle lo único digno que queda de mí antes de
desaparecer para siempre. Le ofrezco mis disculpas. Lloro. Ya no llueve. La
luna vuelve a salir. Voy a saltar desde mi ventana esperando convertirme en un
haz de luz y subir hasta ese brillo blanco, redondo y perfecto. Es lo último
que deseo volver a ver. Es lo último que vi. Es lo último que me voy a llevar
conmigo. Esos ojos verdes quizás me esperen allá arriba. Sinceramente, así es
como un hombre muere y nace nuevamente. Ahora me toca morir. A quien lea esto,
le agradezco encarecidamente. Espero que entienda mis lágrimas. Y espero que en
algún momento de su vida, aunque sea por un segundo, sienta tanto que desee
morir antes de que le roben ese sentimiento. Este adiós sin remitente, sin
destino, sin esperanza, llega hasta aquí."
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