15.12.10

"Entrevista Infante, Respuesta Infantil" (2° Parte)

"...Logré volver de mi asombro luego de unos segundos, luego de ver sonreír a ese niño. Se hamacaba en su silla mientras pelaba un chupetín de frutilla. Me ofreció uno pero no pude responder. Hizo un gesto de indiferencia y comenzó a disfrutar su golosina. Dejó de hamacarse, puso cara de enojado y me miró fijamente.
  • ¿No vas a decirme nada? - comenzó - ¿Tantos años sin verme y no vas a decirme nada? ¿No te vas a poner alegre? ¿No me vas a preguntar dónde estuve todo este tiempo? No me gusta que me trates así.

    No podía entender de qué me hablaba, no podía reaccionar. Me acerqué, estiré mi mano, luego estiré un dedo para intentar tocarlo. Le rocé un cachete y me lanzó una mordida que hizo que me vuelva a agazapar en mi lugar. Eso le causó gracia y empezó a reir a carcajadas. 

  • Que aburrido que sos, me aburro así yo – dijo ofendido.
  • No...no entiendo – fue lo único que pude decir.
  • Yo tampoco. ¿Qué hay que entender?
  • ¿Qué-quién sos? ¿Qué hago acá?
  • Ayyyy ¡no puede ser que te hagas el que no me conocés! ¡No puede ser que no conozcas a tu propio cuarto!

    Observé detenidamente el cuarto y, en efecto, era mi cuarto de cuando era chico, muy chico. Esas cosas fueron mías y eran las cosas que más quería. Nunca supe donde fueron a parar. Volví a mirar al niño, que era yo.

  • ¿Estoy muerto?
  • No, me parece que te estás haciendo el vivo – y rió a carcajadas.
  • Yo no hacía chistes tan malos.
  • Está bien, es normal. No te acordabas de tu habitación y no creo que te puedas acordar bien de cómo eras. Es normal. Y si, haciamos chistes peores. Como cuando pensabas que contarle a todos que eras un sapo para poder eruptar era gracioso. Por tu culpa todavía me duelen los cachetes.

    Era verdad. El recuerdo se me apareció como si proyectaran una película frente a mí. Tendría unos 6 años, daba saltos por el suelo como si fuera un sapo. Me creía un sapo. Preguntaba si sabían como hacían los sapos y entonces eruptaba para que se reían. Nadie se reía y mi madre me daba un cachetazo para que aprenda, según ella.
  • Está bien. Supongamos que de verdad sos yo cuando era chico. ¿Por qué te apareciste ahora y así?
  • ¿Por qué crees vos?
  • La verdad no se.
  • ¿Te acordás lo que se siente sentarse en el pasto, arrancar un puñado, soplarlo al aire y tratar de agarrar algunas hojitas con la boca?
  • ¿Y reírte fuerte en la porque te da gracia tu reflejo en alguna vidriera?
  • ¿Qué tiene que ver todo eso?
  • Uffaa. Te tengo que decir todo y eso que vos sos el mayor maduro acá.
  • ¿Todo esto porque crecí y dejé de hacer las cosas que hacía cuando era chico?
  • En parte, si. En la otra parte, no.
  • A ver, explicame las partes.
  • ¿No tuviste ganas hoy de inflar los cachetes y cruzarte de brazos porque estaba enojado?
  • ¿Todo esto por eso?
  • Respondeme. ¿Si o no?
  • No se si fueron ganas, fue una especie de melancolía y frustración por no poder solucionar los problemas así.
  • ¿No tenés ganas a veces de armarte una casita con sábanas y sentarte adentro a leer alguna historieta?
  • Si, pero mirá si alguien me viera. No puedo hacer eso ahora.
  • ¿Cuál es el problema? Antes no te importaba si te veían hacer lo que querías.
  • Pero ahora es diferente. Ahora uno tiene que cuidar una imagen, una conducta. Si no la gente no te toma en serio. No creo que puedas entender, cuando tengas mi edad a lo mejor me puedas entender.
  • ¿Te das cuenta que estás hablando con vos mismo y no crees poder entender lo que decís?
Tuvo razón en darme esa pregunta como respuesta, no pude responderla. Sentí tristeza por mí mismo y bronca por admitir que un pendejo tenía razón. Me levanté de la silla con algo de frustración y comencé a caminar por el cuarto. Miré los muñecos, los adornos, los posters. Hice todo eso para darme algo de tiempo en poder encontrar la forma de superar esa pregunta y podes demostrarle al chico que las cosas no eran tan fáciles como antes. Tomé un peluche de entre todos y me puse detrás de él.
  • A ver, decime. ¿Qué harías si rompo este muñequito?
  • No lo vas a hacer.
  • ¿Estás seguro?
  • No lo hagas. Me pondría mal, es mi preferido...lo sabés.
Guardé ese peluche en mi bolsillo y saqué otro que había tomado a escondidas. Sin que se de cuenta comenzé a desgarrarlo y tiré todo el algodón de adentro sobre el escritorio, en frente de él. Agachó su cabeza sin decir nada y comenzó a respirar un poco más rápido. Caminé lentamente hacia su lado y me incliné para poder ver su rostro. Cuando por fin estaba a su altura pude ver que estaba llorando, lágrimas caían sobre sus mejillas, una tras otra...lágrimas de desconsuelo. En un gesto de impotencia me lanza un golpe que pude esquivar.
  • ¡Sos un maldito! - me gritaba
  • ¿Así pensás solucionar esto? ¿Gritando y pegando?
  • ¡Era mi preferido! ¡Maldito!
  • ¡A ver como cumplís tus obligaciones!
Me eché a andar por todo el cuarto, tirando al piso los peluches, desparramando aún más las figuritas, revoleando los disfraces a los 4 vientos, pateando cochecitos y vaciando el contenido de los baúles.
  • ¡Basta! ¿Por qué hacés esto? - Me gritaba él, impotente.
  • ¿Tenés ganas de inflar los cachetes y cruzarte de brazos ahora?
  • ¡Si! ¡Basta!
  • ¿¡Y por qué no lo hacés!?
  • ¡Porque no! ¡No va a servir de nada! - gritó colorado, lleno de lágrimas.
  • Viste – me calmé – en estas situaciones hay que actuar como adulto. Las cosas de chicos no sirven para solucionar cosas como estas.
  • Mentira... - esbozó sollozante.
  • ¿Mentirá qué?
  • Vos sos el adulto, no yo. Yo tengo derecho a llorar y gritar y pegar.
  • ¿Y qué lograste con eso?
  • ¿Y vos qué lograste rompiendo tu cuarto de infancia? ¿Qué lograste descargando tu frustración y bronca contra un nene? ¿Te sentiste adulto así?
Había dejado todo echo un desastre. Mis juguetes, mis posters, mis figuritas, todo...las cosas que tanto quise víctimas de mi arrebato “adulto” contra una situación que no pude manejar. Me senté en el suelo, tomé un auto que tenía justo al lado de mi mano. Comencé a llorar mientras lo miraba. Recordé que mi padre me regaló ese auto un día en que mi madre me castigó y no me dejaba salir de mi casa. Él vino y a escondidas me lo dio. Por una semana ese auto y un par de cajas que hacían de ciudad me ayudaron a soportar el encierro y las ganas de salir a jugar. Lo apoyé contra el suelo y lo hice andar unos centímetros, lo cual me sacó una sonrisa. El niño se acercó a mi, se arrodilló a mi lado y me miró llorar.
  • ¿Qué pasaría si podés volver a ser chico cuando te sentís superado por el mundo adulto?
  • No se puede volver a ser chico, es imposible.
  • ¿Estás seguro? Te podés llevar ese autito si querés.
Se levantó de mi lado y comenzó a ordenar el cuarto. Me vi en la obligación de ayudarlo. Juntos dejamos todo como estaba antes y me sentí bien. Comí un chupetín mientras terminabamos de acomodar las cosas restantes. Se sentó en su silla y empezó a hamacarse. Entonces entendí lo que él quizo que entienda. Sonreí y di unos pasos hacia la puerta.
  • Esperá – me dijo
  • ¿Qué pasa?
  • Te dije que te podías llevar el autito solamente. El peluche que tenés en el bolsillo, mi preferido me lo tenés que dejar.
  • Estás loco, no tengo nada en el bolsillo.
  • Si, te vi que lo tenés ahí.
  • Te dije que no tengo nada.
Caminó hacia mí con un gesto de enojado, intentó meter la mano en mi bosillo pero se lo impedí. Empezamos a forcejear ambos.
  • Dale, damelo, lo tenés ahi.
  • ¡No! ¡Te dije que no!
  • ¡Si! ¡Damelo! ¡Te vi!
  • ¡Basta! ¡Dejate de joder! ¡No te pongas caprichoso!
  • ¡No me mientas! ¡No seas hijo de puta!

    Terminó de decir eso y sintió una palma grande y pesada contra su mejilla derecha. Lo tomé del brazo y lo senté de nuevo en su lugar.
  • ¡A mi no me faltás el respeto pendejo de mierda! ¡Y te quedás ahí sin moverte! - lo reté.
Solamente me miraba mientras se acariciaba el cachete. No le pegué tan fuerte. Abrí la puerta y la cerré con fuerza. Afuera ya era de día y el vagón se encontraba vacío. El tren frenó en la esquina de una plaza, bajé y caminé hacia algún asiento. Me senté, busqué en mi bolsillo y saqué el peluche. Lo abracé con todas mis fuerzas y me tiré de espaldas al pasto. Que bien me sentía, era mi peluche preferido. No se lo iba a devolver a ese pendejo, así aprendía a no hacerse el vivo. Por mi parte, entendí que ser adulto a veces implica cachetear sin remordimientos al niño que se lleva dentro.

FIN."