13.6.14

Llueve

"Llueve. De la boca de una botella de whisky caen las gotas de lo que fue mi compañera esta noche. Mi última compañera, en la soledad de mi cuarto. En los murmullos de un bar de ciudad, tuve varias compañeras que ahora yacen vacías en algún callejón. Más de una con el alma rota. Más de una con la marca de mis labios. Llueve. Caen gotas sobre la carta a la cual le estoy dedicando estas palabras. Quien la reciba, además de la marca de mis lágrimas, recibirá, quizás, una confesión nacida desde lo más profundo de mi ser. Quizás, nacida desde el costado más amargo de mi vergüenza, desde el rincón más olvidado de mi dignidad, o, quizás, desde el punto más alto de mi indignación. No es el hecho en sí lo que me lleva a derramar estás palabras, a derretir estas velas. Si no que, es la culpable de este acontecimiento, quien se lleva todo el crédito de ser el verdugo de este castigo. De este adiós sin remitente, sin destino, sin esperanzas de un nuevo día. A quien reciba esta carta, le ruego encarecidamente que sepa disculpar la oscuridad de mi alma, que sepa perdonar mis pecados y, sobre todo, que sepa apreciar la única chispa de bondad que describiré a continuación…

Atardece. Apago las luces y bajo la persiana de mi prisión laboral. En esta semana las cosas no anduvieron muy bien. Pocos clientes, pocos ingresos. Poca voluntad de parte mía de mejorar las cosas, básicamente. El teléfono no para de sonar, ese sonido molesto me acompañó todo el día. Esa melodía detestable me recuerda que hice algunas cosas mal en las noches anteriores. En realidad, que le hice cosas malas a alguien. Diez años es la distancia entre ella y yo. Ella todavía viste uniforme escolar. Es preciosa. Pura…tan pura. Tan inocente. Es la esperanza la gran generadora de la inocencia. Y yo, soy un gran vendedor de esperanza. De inocencia disfracé mis promesas de un cambio, de eternidad. De “para siempre” disfracé mi “por una noche”, de “juntos” disfracé mi “yo” y de “amor” disfracé mi “sexo”. De promesas incumplidas se hace eco la melodía de mi teléfono. De violencia y abuso se repite constantemente la misma llamada. No fui el mejor, ni el más sincero, ni el más cuidadoso. Le robé un momento único y lo transformé en un momento etéreo desprovisto de la magia del “para siempre”. Esa magia, para ella, ahora es una maldición. Ese “para siempre” ahora es una eternidad. No puedo sentirme un ladrón por robar un momento, quizás, porque no sé lo que es estar del otro lado. Quizás porque aun queda algo que alguien pueda robarme. O al menos ese pensé, hasta hoy. Bajo la persiana. Bajo el telón del personaje que día a día llevo a cabo. Vuelvo a ser la persona. Y esta persona, solamente vive su vida dentro de cuatro paredes húmedas, delante de una barra sucia y sobre la misma silla de cuero roto de siempre. Doy comienzo al ritual húmedo de cada día. Pocas palabras con quien se encuentra del otro lado. Pocas miradas con quienes se encuentran mí alrededor. Mantengo la mirada baja. Quizás espero ver mi alma espiándome desde el suelo. Quizás pueda llegar a ver los restos de mi corazón entre vidrios de algún vaso sin dueño. Quizás miro hacia abajo para tener cuidado de no pisar ningún otro sueño de juventud. El ritual termina. Es efectivo. Siento cierta alegría en mi cuerpo, cierta sensación de anestesia me permite disfrutar un poco más del hecho de no sentir nada. Los sentimientos me abandonaron hace mucho tiempo ya. Me dejaron huérfano de culpa, de pasión…En modo automático intento regresara a mi hogar. En realidad, a mi habitación, donde me espera una última botella antes de ahogarme en algún sueño realista de frustración y desazón. Es extraña la forma de la luna esta noche. Es extremadamente redonda, blanca y brillante. Es hermosa. Camino sin perderla de vista. Camino perdido. Escucho un ruido extraño. Bajo la mirada y tengo los pies dentro de un charco. La luna se refleja detrás de mí. Pero también, hay otro reflejo. Dos círculos verdes, reflectantes, luminosos. El verde más puro que vi en mi vida. El verde más hermoso rodeado por la silueta de una mujer. Levanto nuevamente la mirada y ahí estaba ella. Frente a mí. Esos ojos verdes mirándome fijamente. Esos labios carmesí sonriendo levemente. Esos rasgos únicos, perfectos, aumentaban la sensación de anestesia en mí. Quiero moverme, hablar…quiero dejar de mirarla. Pero es imposible. Cuando creo tener algo de control sobre mi cuerpo, ella se abalanza sobre mí. Sus labios sobre los míos. Sus pechos haciéndose eco del latido nervioso de mi corazón. Sus manos finas, suaves, de uñas largas recorren las mías. Su vestido largo, blanco, celestial, se mueve al ritmo de la brisa. Su pelo, ondulado, tan negro que es difícil diferenciarlo de la oscuridad del callejón, se estira y encoje como el más suave colchón de plumas. Y lo siento. Crece dentro de mí.  Esa chispa, ese calor, ese candor. Esa pasión. Se agita la sangre, se erizan los pelos. En un instante, yacemos los dos desnudos sobre el charco, sobre el reflejo de la luna. El éxtasis del momento es insoportable. El placer es extremo. Las figuras que adopta su cuerpo son dignas de ser tomadas como referentes de la perfección. Los golpes de su vientre son la prueba exacta de lo sublime de un ritmo exótico. Un ritmo gitano. La abrazo. Quiero cubrirla con todo mi cuerpo. Ella me devuelve la mirada. Me agradece con caricias. Me enamora. Me enamoro. Es imposible no amarla. Es imposible no quererla a mi lado para siempre. Es imposible no desear vivir una vida juntos. Es imposible no sentir amor. Y ella se desvanece. Solo un brillo que asciende hacia la luna es el último rastro de su existencia. Llueve…

Todavía no estoy seguro de si fue un sueño, una alucinación o si fue real. Todavía no estoy seguro de haberla tenido realmente. De haber vivido un momento real. Todavía no estoy seguro de haber desnudado mi alma y mi cuerpo a la mujer perfecta. Todavía no estoy seguro de quien va a leer esta carta. Pero estoy seguro de una sola cosa. Ella me robó. Me robó el último rastro de amor que quedaba en mí. Ahora me espera una eternidad hasta que finalmente pueda descansar para siempre. Puedo tomar la decisión y hacer que la eternidad dure lo que resta de este escrito. Pero necesito que alguien sepa que alguna vez amé, que volví a sentir pasión, que volví a tener sueños y que volví a creer, por un instante, en una vida junto a alguien. Pero ya no más. Ya no puedo sentir nada de eso. Gitana. Perfecta. Hermosa. La más bella ladrona que pude tener. Suena el teléfono. La melodía de mis errores me llama nuevamente. Siento culpa. Voy a atender solamente para entender lo que ella está sintiendo. Para ofrecerle lo único digno que queda de mí antes de desaparecer para siempre. Le ofrezco mis disculpas. Lloro. Ya no llueve. La luna vuelve a salir. Voy a saltar desde mi ventana esperando convertirme en un haz de luz y subir hasta ese brillo blanco, redondo y perfecto. Es lo último que deseo volver a ver. Es lo último que vi. Es lo último que me voy a llevar conmigo. Esos ojos verdes quizás me esperen allá arriba. Sinceramente, así es como un hombre muere y nace nuevamente. Ahora me toca morir. A quien lea esto, le agradezco encarecidamente. Espero que entienda mis lágrimas. Y espero que en algún momento de su vida, aunque sea por un segundo, sienta tanto que desee morir antes de que le roben ese sentimiento. Este adiós sin remitente, sin destino, sin esperanza, llega hasta aquí."