13.10.10

“Entrevista Infante, Respuesta Infantil” (1° Parte)

“Salí enojado del cuarto, muy enojado, dejando ecos en el interior por el portazo que había dado. No me importaba volver a ese lugar, ni volver a hablar con esa persona, ni volver a pegar otro portazo...quería caminar rápido, patear cosas por el camino, empujar a la gente que no se corriera de mi camino y, por qué no, lanzar chistidos de frustración. Sentía deseos enormes de inflar los cachetes, cruzarme de brazos y quedarme parado en el lugar esperando que alguien viniera a pedirme disculpas. Obviamente no lo hice. Obviamente tengo la edad suficiente para enfrentar los problemas de otra manera...aunque no quiera, tengo que hacerlo. Es que la madurez es así, lo entendí en ese momento, es estar solo con uno mismo en los momentos, instantes, segundos, donde hay que tomar una decisión en cuanto a como actuar de la manera más seria, responsable y adulta. Para eso somos criados y librados al mundo. Para eso criamos y libramos al mundo a otras criaturas. Caminé por un largo rato tratando de despejarme, la noche empezó a caer y la lluvia, envidiosa de invierno, la acompañó. Cuando cayó la tercer gota sobre mi sobretodo gris y la segunda sobre mis zapatos de cuero negro, busqué refugio debajo de algún cartel luminoso o de algun techito de esos negocios de mala muerte. Puta madre que llovía fuerte. Un perro estaba sentado en la vereda de en frente, sentado bajo un techito mirando hacia los costados. Por unos segundos cruzamos la mirada y creo que él pensaba lo mismo que yo, hasta creo que me asintió con la cabeza. Un trueno raspó las luces naranjas de la calle y comencé a sentir destellos intermitentes de color rojo, azul, verde y otro color que no se como se llama. Giré mi cabeza hacia la izquierda, siempre giro hacia la izquierda, intuyendo que desde allí provenía la fuente de mi inquietud. Un bocinazo me hizo girar de golpe la cabeza hacia el otro lado, para sorprenderme al presentarme al portador de la misma. Era un tren infantil, de esos que llevan a nenes a pasear por la ciudad, con gente usando disfraces mal hechos de las series para chicos del momento. Llevaba todas sus luces y artefactos y demás cosas prendidas. Llevaba a todos los personajes de series para chicos del momento en su interior, uno de los cuales me invitó a subir. En realidad, me obligó...antes de darme cuenta me tenía agarrado de la muñeca y me había subido al interior del primer vagón de un solo tirón.
Me encontré parado en medio de un espectáculo deprimente. Toda gente mayor sentada en los asientos contra la pared del vagón, mientras los molestos disfrazados reían, se empujaban, gateaban, se golpeaban...pero siempre ignorando a los pasajeros del interior. Me acerqué a la locomotora para intentar hablar con el conductor y pedirle que frene el móvil, que yo no debía ni tenía ni podía estar ahí. Intenté abrir la puerta que daba al interior de la cabina, pero estaba cerrada con llave o algún tipo de traba. Tenía un vidrio en el medio por el cual podía ver la nuca del conductor. Golpeé el vidrio varias veces pero no obtuve respuesta. Pateé la puerta, ya con bronca por la impotencia, pero ni siquiera se inmutaba; continuaba manejando. En un último arrebato enérgico de ira grité '¡Frená cornudo y la concha de tu madre!', por lo que el maquinista tomó el espejo retrovisor, lo apuntó hacia mí, dirigió sus ojos hacia los míos y con su mano derecha me mostró una reluciente Magnum calibre 44. Entendí su indirecta y volví al vagón que me correspondía. Todos los mal disfrazados estaban sentados junto a los demás de gestos deprimentes. Reparé en la cara de cada uno, parecían todos de la misma edad y de una vida en común. Al volver al mirar al vagón en su totalidad se me hizo que era diferente, un poco más largo, más ancho, más grande, más que antes. Y al final del camino, una puerta entreabierta. Mis piernas comenzaron a caminar solas yendo hacia allí. Mi cuerpo entero acompañaba el andar de la inercia. Yo solamente podía mirarme a mi mismo moviéndome sin querer hacerlo. Mientras transitaba el camino hacia la puerta, todos los presentes allí se levantaron de sus asientos y comenzaron a aplaudirme; aplaudía con euforia y energía...hasta llegué a ver a alguno emocionarse. Mi cuerpo se detiene justo debajo del marco de la puerta, recobré la movilidad, intenté darme vuelta para encontrarme con un empujón que me insertó dentro del cuarto que se encontraba dentro de la puerta. Era un cuarto muy oscuro, era la oscuridad total, no podía ver nada. Poco a poco el cuarto fue iluminándose, primero las esquinas, luego las paredes, luego el techo, luego el piso...el centro permanecía oscuro. Era una habitación de niño: repisas con peluches, juguetes, adornos. Baúles con disfraces, pelotas de fútbol, lámparas con formas graciosas. Posters de payasos y autos de carrera, figuritas tiradas en algunas partes del suelo y papeles de golosinas. Descubrí todo esto y fue cuando el centro comenzó a iluminarse. Primero el borde de algo que parecía una mesa, luego las patas, cajones, una lámpara, lapiceras, papeles, uno de esos adornos que son eternos...era un escritorio. Frente a mi una silla vacía y mi nombre en ella. Antes de querer darme cuenta ya estaba sentado y mirando hacia delante, hacia el último retazo de oscuridad que quedaba en ese lugar. Noté una figura humana, no muy alta, no muy robusta, no muy grande. Comencé a notar labios, ojos, orejas, pestañas...se me dificultaba ver por lo que me acercé unos centímetros hacia el escritorio. Me acerqué a esa cara que me miraba fijamente. Esa cara se acercó a mí, imitando mis movimientos. Cuando pude verla mi corazón se agitó, me encontré con la totalidad de mi espalda haciendo fuerza contra el respaldo de la silla, con mis miembros temblando, bloqueados por algún tipo de miedo. Tenía a un niño sentado frente a mí. Pero no un niño cualquiera. Ese niño era yo...y me estaba mirando fijo..."